Elogio de las pequeñas librerías independientes

Apenas ha transcurrido un mes de este verano. Un tiempo anual que viene cargado de promesas de relajo, de quietud, de recuperación de tiempos perdidos y una parte de esas expectativas ya ha sido frustrada, han sido días convulsos, revueltos, llenos de actividad, para bien y para mal, en lo personal y en lo socio-político.

Pero no me voy a meter por esos derroteros que dejo para otro momento. De todo lo aprendido estos días hay algunas datos, algunas conversaciones, algunas experiencias, que me han inquietado. Tienen que ver con los libros, los editores y las librerías.

He disfrutado de unas estupendas vacaciones en una zona de Francia repleta de pequeñas localidades rurales. Si algo me ha sorprendido es que prácticamente en cada una de esas localidades se podía encontrar una librería, armada con abundante munición de papel. No se trataba, como en nuestras latitudes de kioscos con algunos libros, estupendo esfuerzo de algunos kiosqueros, conozco algunos realmente vocacionales, por acercar los libros a los diferentes ámbitos geográficos. En todo caso era al revés, se trataba de librerías con un pequeño apartado de kiosco. Creo que aquí tenemos una importante brecha cultural con nuestros vecinos del norte. Tanto querer acercarnos a los estándares europeos y este, que depende en buena medida de nosotr@s, no solo se nos escapa sino que se mantiene oculto a nuestra mirada crítica.

A lo largo de este tiempo he tenido la fortuna de poder hablar detenidamente con algunos libreros, de esos entregados a la causa, convencidos propietarios de librerías que luchan por generar un mínimo de agitación en nuestras sosegadas aguas culturales. Algunas cosas que me han contado me han preocupado, por ejemplo que una de las más notorias editoras de nuestro país ha tenido que decidir la reducción de la tirada de las primeras ediciones de los libros que lanza en más de la mitad porque sus ventas se han reducido de una forma importante.

A raiz de estas conversaciones, de estos y otros datos, me han vuelto a la cabeza ideas que me llevan rondando unos cuantos años. En el mundo del libro podemos hablar, también de biodiversidad. Es una realidad que tanto en el mundo editorial como en el de las librerías, estamos asistiendo a procesos de concentración de la propiedad y de las ventas. Digamos que en este ámbito se está reduciendo la biodiversidad. En este contexto los autores noveles tienen muy dificil publicar sus libros, las nuevas ideas y propuestas tienen difícil encontrar cauce de expresión. Las grandes editoriales tienden, en general, a ir a lo que parece seguro, a lo que creen que es el gusto del público, un gusto que se retroalimenta por lo publicado que conforma el gusto de los lectores. Las librerías grandes, las grandes superficies, en general, han dejado de tener fondo de librería para colocar exclusivamente las  novedades que aparentemente se van a vender con más facilidad, formando parte del mismo mecanismo señalado anteriormente.El mundo del libro también se ha introducido, poco a poco, en un proceso creciente de absoluta mercantilización, perdiendo por el camino muchas de las características de un sector que iba más allá, que buscaba el servicio al cliente, la oferta de libros distintos, la búsqueda de libros olvidados, muchas de estas cosas se han dejado de hacer en los espacios más "modernos". Bajo esa apariencia de novedad se han perdido muchas cosas. Los compradores nos hemos dejado tentar y, a menudo, no hemos apreciado la pérdida.

Lo mismo sucede con el libro digital, la compra por internet, el pirateo. En ese marco se difunde, igualmente,
lo evidente, no lo distinto; lo comercial y los best-sellers, no las novedades sorprendentes ni las ideas diferentes.

Desde mi punto de vista los pequeños editores y libreros independientes son imprescindibles. Su labor es impagable, En sus catálogos y estanterías pervive una experiencia y un saber del pasado que resultan necesarios para la supervivencia de la misma pluralidad democrática. Una librería, desde mi punto de vista, es algo más que un despacho de libros. Es un espacio en el que vive la pluralidad de las ideas, de los puntos de vista de nuestra sociedad. En las estanterías y anaqueles, en las recomendaciones, es importante que se vaya mucho más allá de lo evidente, de lo puramente comercial. Si estos espacios desaparecen, perderemos muchísimo, perderemos un sinfín de oportunidades de saber, de conocer, perderemos democracia, perderemos posibilidades.

Lo mismo cabe decir de las editoriales, perder sellos, es perder espacios de difusión de las ideas. Cuando consulto los mundos bibliográficos en otros idiomas y países, en inglés y francés, percibo que tenemos, también aquí, diferencias muy significativas. Por mucho que nos aprovechamos de que nuestra lengua es la segunda más hablada y la segunda más estudiada del mundo, y que hay un amplio mercado en nuestro idioma, seguimos sin competir en diversidad con los mercados en esas otras dos lenguas (que son las que conozco auque sea someramente).

Puede que me equivoque, pero tengo la impresión de que seguimos leyendo poco y seguimos leyendo mal. En este ámbito somos muy poco aventureros y creemos poco en nuestras propias capacidades. Además no deja de ser sorprendente este hecho si tenemos en cuenta el absoluto vacío de calidad en la televisión actual que no deja de invitarnos a pulsar el botón de off.

A un buen librero le debemos pedir que sea el confesor de nuestros sueños y el proveedor de nuestras pasiones.





Comentarios

  1. Que decirte ante este post que ha cautivado mi atención de mi lado de narrador oral, jejeje. Muy de acuerdo con esto. Yo es algo que defiendo y se nota mucho en un ámbito de literatura concreto, la infantil y juvenil. Todos mis álbumes ilustrados han sido comprados en pequeñas librerías, autónomas, de barrio, porque se nota que la selección que hacen es realmente buena (aunque tengan títulos best-sellers) y porque el trato es magnifico (cumpliendo la frase final, porque te recomiendan genial).

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