Patriotismo.


Los conceptos que se manejan en filosofía política en la actualidad nacen con la Ilustración y las revoluciones de finales del siglo XVIII. De hecho esos mismos conceptos son los que continúan sirviendo de base a la organización de nuestra convivencia. El historiador de los conceptos Reinhart Koselleck destaca en sus escritos que estos conceptos tienen una curiosa característica formal común: son singulares colectivos, quiere decirse que son palabras que sólo se pueden presentar en singular, pero su contenido hace referencia a una amplia pluralidad de significados.

Esta característica formal provoca que estemos ante conceptos claramente disputados, discutidos, que pueden bascular fuertemente en el sentido último que se les quiera dar. Creo que por eso se produce a menudo una extrañeza en el debate político, parece que se está hablando de lo mismo, pero se está hablando de cosas muy distintas. Eso es lo que sucede con el concepto: patriota.

Desde mi punto de vista patriota es un concepto profundamente ligado a la forma de entender el valor de la igualdad, de la misma forma que ciudadano lo es al valor de la libertad y cosmopolita al de la fraternidad. Todos ellos son los valores republicanos con los que los revolucionarios del XVIII se propusieron sustituir los regímenes políticos aristocráticos. Por mucho tiempo que haya pasado no estamos ante discusiones ajenas al momento actual, al contrario, son debates imprescindibles porque el debate ideológico en torno al contenido de los valores es el verdadero ámbito desde el que se constuyen las formas de nuestra convivencia. Según entendamos el valor de la igualdad y lo que entendamos por patriota, podremos contruir o no el Estado de Bienestar, el Sistema de Servicios Sociales y variará nuestra práctica en el Trabajo Social.

Los regímenes fascistas y totalitarismos nacionalistas entienden que la patria es un concepto tangible: un territorio, una cultural, una lengua, que se simbolizan en una serie de elementos materiales. Todos los pertenecientes a la comunidad nacional, a la patria, son iguales, en tanto que miembros de la comunidad, sus diferencias desaparecen simbólicamente aunque permanezcan en la práctica diaria. Es más. ser miembro de esa comunidad nacional exige el cumplimiento de determinadas obligaciones que fuerzan una igualdad formal, una uniformización del comportamiento, incluso de las formas de presentarse publicamente. En este contexto el único objetivo de la comunidad es conseguir la grandeza de la estructura común, del país y no lo  es crear en su interior una situación de justicia, de bienestar, de felicidad en las personas que la componen. Atacar los símbolos de esa grandeza, de esa patria conceptual, es atacar a la patria, algo que en este contexto conceptual se vive con una gran carga de emocionalidad. Los símbolos son fundamentales para garantizar el vínculo de todos en un común teórico. Estos planteamientos precisan, a la vez, más súbditos que ciudadanos (se debe obedecer y cumplir las normas de uniformidad, no cabe reclamar derechos, se tiene la obligación de hacer más grande la patria)  y resultan profundamente xenófobos porque los que no forman parte de esa comunidad, los que se alejan de la uniformidad forzada que sustenta esa igualdad nacional, son vistos y vividos como peligrosos, sospechosos, enemigos...

Toda esta reflexión me surge como consecuencia del debate que se está produciendo en torno a la Ley Fernández  que pretende, por ejemplo, establecer una multa de hasta 30.000 euros por ofensas a España, entendiendo por España sus símbolos (bandera e himno) e instituciones (noticia aquí). Creo que esta forma de entender lo que es España se inscribe, en buena medida, en la forma de entender el concepto de patriota que acabo de resumir. El que no se ajusta a los comportamientos establecidos está fuera de la comunidad nacional, es un sospechoso, es peligroso, antipatriota, enemigo. El valor simbólico de la patria se antepone a cualquier otro valor.

Se que el término patriota levanta ampollas en buena parte de nuestro arco político, en buena medida porque el concepto patriota en España ha sido colonizado por la derecha extrema y el concepto quedó profundamente desprestigiado por el uso que el franquismo le vino dando a la palabra.Yo creo que el concepto de patriotismo debe ser interpretado de una forma mucho más cercana a la de la Ilustración y de las revoluciones a las que hago referencia en esta entrada. Se trata de un patriotismo constitucional, un término popularizado por el filósofo alemán Habermas: La única patria posible es el bién común de los ciudadanos de una determinada nación, el patriota lo que quiere y busca es conseguir la consecución de una sociedad más justa en la que impere un valor de la igualdad mucho más pragmático y mucho menos uniformizador. La mayor ofensa a la patria, entendida en este sentido, es la vulneración de los derechos de los ciudadanos y todavía más, la vulneración de los derechos humanos. 

Yo me siento patriota en este sentido y las ofensas a los símbolos me parecen mucho menos importantes que las ofensas a los derechos de los españoles, a su ciudadanía. No se me entienda mal, no me parece bien que se ataquen los símbolos comunes, especialmente porque nos representan a todos y porque muchas personas se pueden sentir muy ofendidas, pero no creo que un símbolo deba estar por encima de lo que representa.

Este no es un debate exclusivamente español, Es un debate que los norteamericanos, sobre los que nadie puede tener la sospecha sobre su respeto generalizado a los símbolos comunes, han venido resolviendo de otra manera. Ellos entienden que la libertad de expresión, una de las premisas básicas de su concepto de ciudadanía, está por encima del ultraje a los símbolos comunes, por eso, aunque no les gusta absolutamente nada, entienden que no es un comportamiento penalizable. por ejemplo, la quema de la bandera.

Creo que una forma de confrontar la Ley Fernández es reclamar otra forma de entender el concepto de patriota.

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