Fe en la técnica y miedo a la política y al compromiso.

Imagen de Raquel Marín que
ilustra el artículo en El País de
Ignacio Sánchez Cuenca.
Hace unos días leí un artículo de Ignacio Sánchez Cuenca en El País que se titulaba "El economista rey" (enlace aquí). A continuación recojo el párrafo final:


El gobierno de los expertos está condenado al fracaso. La razón última es que no está claro qué cuenta como verdad en los asuntos humanos. De momento, no se ha inventado nada mejor que un gobierno limitado elegido por el pueblo.


El artículo se sitúa dentro del marco de la reflexión en torno a las tensiones democracia-verdad y técnico-político.


En general, aquellos profesionales que ocupamos espacios técnicos en la Administración o en las empresas (sean entidades sociales o mercantiles estas) queremos presumir de independencia y autonomía e incluso, en no pocas ocasiones, de la superioridad de nuestras recetas, aprovechando, además, para poner diferencias con respecto a aquellos que ocupan puestos de decisión, especialmente si estos son políticos electos.


Siempre he desconfiado de las soluciones tecnocráticas. Es cierto que la democracia tiene sus impurezas y dificultades y, a menudo, tragar a determinados responsables políticos es mucho tragar, especialmente cuando se une la incapacidad en la materia que gestionan con el nulo conocimiento y lectura de los acontecimientos desde una perspectiva política. Y aquí creo yo que está el problema.

No creo que a los políticos se les deba exigir conocimientos intensos en la materia que han de gestionar, pero sí se les debe pedir que sean capaces de gestionar los asuntos públicos, de interpretar desde sus opciones ideológicas, de manejar equipos humanos, de gestionar proyectos, y de querer entender los asuntos que se les han encomendado. A menudo esto no es así.


El problema cuando no se tiene ni idea de aquello en lo que estás metido, y ni siquiera tienes ideas propias, es que acabas en manos de los nuevos mercenarios de ideologías puras, que casi siempre esconden, al menos un poco y muchas ocasiones mucho, atisbos de totalitarismo: populismo, demagogia, radicalismo religioso, o fe en los mantras (supuestamente no ideológicos, aunque lo sean y mucho) de los técnicos de moda.


Muchos políticos de hoy en día están, como señala Sanchez-Cuenca, bajo el dominio de los economistas tecnócratas que dicen estar en posesión de la verdad. La misma verdad que nos ha metido en el jaleo que ahora mismo sufrimos con tanta intensidad.


Tendemos a ser demasiado exigentes con los políticos, a los que nos interesa ver como lejanos y alejados de la realidad, y demasiado indulgentes con nosotros mismos. Pero el problema no es sólo de los políticos, es también nuestro. Y lo es porque, desde mi punto de vista,  los ciudadanos venimos a asumir una reacción extrema y metemos a todos en el mismo saco. Nos cuesta aprender a diferenciar entre errores, normales en toda gestión, y chapuzas, ignorancia, aprovechamiento de los cargos públicos para medrar personalmente, etc. Toda esa larga lista de criticas y lugares comunes que largamos a nuestros representantes.


Creo que es demasiado sencillo quedarse en esta cómoda denuncia. Y nuevamente prefiero acudir a De Gregori en la canción La storia siamo noi (entrada en el blog aquí) y que viene a decir: ·"decimos que todos son iguales y que todos roban de la misma manera. Pero esto es sólo una manera de convencernos a nosotros mismos para quedarnos en casa cuando llega la tarde" A ello contribuye, en buena medida, el continuo ruido mediático, el uso absoluto de los medios para intoxicar con las propias frases del día (a todo esto he dedicado ya varias entradas entre las que destaca la máquina del fango, aquí))


En este contexto se produce una aversión absoluta hacia lo político, hacia el compromiso en organizaciones clásicas. Tal vez tenemos miedo al compromiso. Nos cuesta aceptar que las obras humanas son siempre imperfectas, como lo somos nosotros, y no queremos vernos envueltos en ese teórico fango que rodea todo lo relacionado con lo político. Pero sin embargo les exigimos que nos representen y que lo hagan bien. Sí, pero sin nosotros.

Creo que esta crisis tan importante exige de los ciudadanos, de todos nosotros, una actitud diferente. No podemos meter a todos en el mismo saco, tenemos que aprender a distinguir el grano de la paja. Tenemos que exigir a los partidos que sean más escrupulosos en sus propias organizaciones y seleccionen bien a sus representantes en las instituciones. Pero esta última exigencia requiere probablemente un paso más. La política está tan denostada que hace muchos años que los jóvenes y la ciudadanía en general viven al margen de los partidos, los sindicatos, las organizaciones sociales (vecinales, etc) Las criticamos, pero ni inventamos nada para cambiarlas, ni nos comprometemos con su transformación. Creo que es una postura demasiado cómoda. Y creo que con una mayor participación ciudadana las cosas serían diferentes.

Los tiempos que nos están tocando vivir son muy complicados. De una cosa estoy seguro la respuesta no vendrá quedándonos en casa por la tarde, sólo vendrá si somos capaces de complicarnos la vida, de mancharnos y significarnos, en una palabra de comprometernos. Si no llenamos de personas conscientes las mediaciones políticas que pueden transformar la realidad serán otros los que manejarán los hilos.


No soy ingenuo y se que es un camino difícil y lleno de dificultades, pero no podemos permitirnos el lujo de continuar al margen.


En el trabajo somos técnicos que podemos aportar lo mejor de nuestro saber para mejorar la actuación de las organizaciones para las que trabajamos, en muchos ocasiones para ayudar a concretar e incluso orientar la actuación de nuestros jefes (si es que se dejan). Pero, especialmente fuera de ese ámbito, somos ciudadanos, y en tanto que ciudadanos tenemos una dimensión política y tenemos la responsabilidad, en muchos casos por omisión, de que las cosas que padecemos o que no nos gustan sigan siendo así. La mera crítica o la queja amarga no nos van a sacar de ahí. Las alternativas son muchas

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