Libertad y compromiso

La entrada anterior "Hoy ha sido un día duro" ha provocado bastantes reacciones, ha generado reflexión y discusión. Lo curioso de esa entrada, como les he comentado a algun@ de los que me han hecho llegar su opinión, es que, a diferencia de la mayor parte de las demás, fue saliendo sola; digamos que tenía previsto escribir en una dirección, pero, como los personajes de Darío Fo, el contenido se dio la vuelta hacia donde quiso. Visto lo visto no me extraña que los antiguos se encomendaran o se quejaran de las musas.

Pero a lo que vamos, estas reacciones han venido, en la mayor parte de los casos, y en concreto la respuesta de Belén Navarro en su blog (aquí), por el lado de la dificultad de encajar en nuestro mundo actual, la voluntad de cambio de la situación actual con las organizaciones establecidas y la democracia representativa.

La crítica a la democracia representativa tiene, desde mi punto de vista, dos componentes distintos que se mezclan en la realidad. Algunas personas y organizaciones han visto llegado el momento de reactivar un debate que era viejo cuando yo era joven (o más joven) Se trata del debate dicotómico sistema/antisistema, transformación desde dentro o desde fuera, revolución o reforma. El cambio de sistema implicaría, para algunos, la superación de la democracia representativa que no sería otra cosa que un engaño del poder para mantenerse como tal (simplificando mucho las cosas, claro)

Sin embargo yo creo que el componente cultural de la mayor parte de la población no está ahí. Detrás de la crítica a la democracia representativa y, más específicamente, a las organizaciones sociales, sindicales y políticas tradicionales que lo integran, hay (entre otras cosas) una vivencia determinada de la libertad que, desde mi punto de vista, participa de una narración neoliberal, ni mucho menos colectivista o libertaria.
La conceptualización del valor de la libertad está claramente afectada por la cultura de la postmodernidad. Este planteamiento filosófico, con su crítica a los discursos y narraciones globales de la realidad, con su radical proclama de la individualidad, ha abierto el camino. La postmodernidad encuentra claros antecedentes en la crítica a los desastrosos efectos de los proyectos colectivos que protagonizaron el siglo XX. Es evidente, por lo menos lo es para mí, que esa experiencia debe ser tenida en cuenta para pensar el hoy, que no podemos pensar en una sociedad basada exclusivamente en el valor de la igualdad, sea esta económica o étnica, pero el abandono del equilibrio de la libertad con el resto de los valores de la Modernidad conducen, igualmente, en una dirección equivocada e injusta..

Desde mayo del 68 las nuevas generaciones han puesto en  cuestión la conceptualización de los valores que presentaban los diferentes movimientos de izquierda. La izquierda no es capaz de reaccionar, de proponer un relato alternativo para la libertad que encaje singularidad y colectivo, y se forja, poco a poco, la puerta por la que entra la conceptualización neoliberal del valor de la libertad.

Esta conceptualización, en términos de filosofía política, entiende que hay que entender la libertad como "no interferencia". Libre es aquel que hace lo que quiere sin cortapisas, sin compromisos, sin que nadie me diga lo que tengo que hacer. Si tuviéramos que imaginarnos una película para ilustrar esta idea, la imagen que mejor la representaría sería la de un caballo jerezano galopando en las playas de Cádiz, junto al mar, yendo y viniendo por donde le place.
La cosa daría para más, pero sería demasiado largo. En este concepto de libertad el compromiso en una organización coarta mi libertad. El compromiso es entendido, de forma muy generalizada, como un actitud personal puntual, quizá con voluntad de permanencia, pero vivimos este concepto con tanta fuerza que al menor contratiempo o diferencia de opinión, recojo los bártulos y me voy a otra cosa. ¡No estoy yo para imposiciones! Mi libertad está por encima de cualquier proyecto colectivo. Por eso el compromiso hoy es líquido y huye de mediaciones sólidas que comprometan la libertad personal. No es extraño ver como la disposición al compromiso se tuerce en cuanto surge el menor inconveniente. ¿Hasta que punto nuestra forma de vivir el compromiso político no está afectado por esta conceptualización de la libertad?

Participar en una organización supone aceptar compromisos en función de un objetivo más alejado, de un proyecto común en el que participo y del que participo. Supone aceptar que siempre hay cosas con las que no estoy de acuerdo (lo curioso, por experiencia, es que muchas veces descubres que el equivocado eras tú) y, ciertamente, supone aceptar que esta es una forma de construir mi libertad. El compromiso supone ceder los propios puntos de vista y dejar de hacer cosas que harías de forma diferente.

¿Existe otra forma de entender la libertad que no suponga que mi proyecto singular, personal, queda anulado en el proyecto colectivo de un totalitarismo? Creo que sí. Desde el republicanismo se propone un concepto de libertad distinto. Se recuerda, simplificándolo mucho, que la libertad es lo contrario de la esclavitud, y que uno puede ser esclavo de las circunstancias que le rodean, de las estructuras en las que vive. A los nuevos señores del mundo les basta con dictar las reglas de un juego de apariencias en el que te parece que haces lo que quieres por más que no resulte cierto. En las sociedades complejas en las que vivimos se es mucho más dependiente del poder de los poderosos de lo que una organización establecida puede limitar la libertad, si la participación en ella es una opción personal.

Desde esta perspectiva, muy poco desarrollada, la libertad no es un estado resultante, es una pelea continuada porque no ser dependiente de nadie, en una sociedad compleja, es un proceso en constante equilibrio, una conquista que requiere una vigilancia continua. 

Pelear por una mundo distinto en el que los poderosos no nos dominen (por cierto, dominar procede de la familia latina de la palabra dominus, señor, propietario de los esclavos) exige organizaciones fuertes. Esta no es una convicción nueva, es muy antigua, por eso, como muchas otros cientos de miles de personas, participo en estas organizaciones sindicales, sociales y políticas desde hace muchos años. Más o menos activamente, pese a errores y dificultades. Sencillamente creo que son imprescindibles para cambiar el actual estado de cosas. Muchas de estas organizaciones vienen advirtiendo sobre los riesgos del neoliberalismo desde hace más de treinta años, desde que Thatcher y Reagan comenzaron a darle la vuelta a la cosa. ¿Por qué acusarlas hoy de no haber hecho nada si entonces nadie se puso detrás? ¿El problema es sólo de las organizaciones o es también nuestro personal? ¿Podemos cambiar esto sin organizaciones? ¿Cual es la alternativa a la democracia representativa?

¿Quiere esto decir que las peleas en la calle, espontáneas; que las críticas al actual estado de cosas, a la forma en que se organiza nuestra democracia, a las formas de gestionar las organizaciones, no tienen sentido? ¡No! Simplemente quiero señalar que debemos reflexionar sobre hacia donde debemos dirigir nuestras críticas y realizar un ejercicio de autoanálisis antes de lanzar la primer piedra.

La izquierda necesita, más que volver a abrir el históricamente estéril debate reforma-revolución, reconstruir un nueva relato de la sociedad que quiere construir en la que los grandes valores de la Modernidad sean interpretados de una forma que resulta más útil al conjunto de la ciudadanía, sin caer en viejos esquemas caducos. La pelea es también cultural, de valores. La hegemonía neoliberal está basada en el poderío interpretativo de sus relatos. Atacar las únicas organizaciones establecidas que nos separan de la derrota total es una jugada, que a mi juicio, es muy poco inteligente. A lo mejor lo que tenemos que cambiar es nuestra forma de entender la realidad y analizar hasta que punto está influída por los puntos de vista que favorecen a los poderosos.

Tengo la sensación de muchos ciudadanos quieren resultados sin compromiso personal, sin poner en juego "su teórica libertad". Este reflexión no pretende decir que las organizaciones existentes o la misma forma de representación no deba ser puesta en cuestión, modificada o reformada. De hecho creo que el problema es que la economía y los intereses económicos no encuentran un poder político democrático que los reconduzca hacia el interés común y ahí es donde también han fallado las mediaciones actuales, pero estas líneas me surgen desde la sensación de asistir a muchos falsos debates y a un exceso de emocionalidad irreflexica que no nos conduce tampoco a nada, detrás de esos arranques hay poca voluntad de compromiso duradero, hay simple reacción visceral, desesperación que ataca indiscriminadamente a todo lo que se mueve. La respuesta, como siempre, es y será política, y eso nos afecta a tod@s. De hecho suelo escuchar con mucha frecuencia la idea de que es preciso sustituir a los actuales políticos por técnicos, por gente que sepa, sin reflexionar sobre el sesgo ideológico de lo que se presenta como técnico y sin pararse a pensar en la deriva autoritaria y antidemocrática que se esconde tras estas propuestas.

La verdadera superación del neoliberalismo no se encontrará hasta que se sea capaz de elaborar una interpretación de los valores de la Modernidad, que son formalmente asumidos por el conjunto de occidente, desde una forma de conceptualizarlos que resulte atractiva para la mayor parte de la población. Las meras declaracioines teóricas y retóricas que hablan de la necesidad de cambiar el sistema caen, sin relato alternativo, en tierra estéril, o quizá fértil pero para otros proyectos distintos a los ansiados.

El riesgo de esta forma de vivir la libertad es que si no encontramos la forma de encajar una democracia representativa más perfecta, muchos ciudadanos pueden pasar del "no nos representan" al "me da igual quien me represente" o al "es lo mismo que haya representantes como que no" Una clara puerta abierta a la demogagia, al populismo y, sobre todo, al autoritarismo Desde mi punto de vista lo único que puede impedir que nuestra libertad esté limitada por el poder de los nuevos "señores" son las organizaciones representativas de la voluntad de los ciudadanos. organizaciones que cuando más fuertes mejor podrán desarrollar sus funciones de control, contrapoder y transformación.

Comentarios

  1. Leí el otro día un tweet que me encantó: "No me interesa la gente que diga QUÉ, me interesa la gente que diga CÓMO". Comparto plenamente el planteamiento, Joaquín...

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