La generación más preparada de nuestra historia

Vivimos peligrosamente inmersos en un tiempo de olvido. La desmemoria es casi siempre interesada. A veces nos interesa creer que el pasado no existió, a veces lo reinventamos, a menudo lo ninguneamos.

El pasado es esgrimido para glorificar lo existente o para denostar la tradición en función del rol que cada uno quiera ocupar. Me preocupa mucho que los que vivimos el pasado reciente no seamos capaces de situar los acontecimientos en el marco de nuestro propio devenir y me preocupa todavía más el descrédito de lo no vivido por parte de los que acaban de llegar y desconocen, a menudo interesadamente, las circunstancias en que vivieron los que los precedieron.

Desconocer el pasado, olvidarlo, manipularlo, ningunearlo... Me dan envidia esos pueblos que son capaces de seguir manteniendo como propias largas tradiciones democráticas sin que nadie ose poner en cuestión la grandeza de los inicios por mucho que se cuestionen los errores y las miserias de los que participaron en esos hechos. Suelen ser capaces de poner las cosas en su sitio y ajustar la crítica negativa con los hechos que ayudaron a avanzar, comprendiendo los límites del momento.

Por eso creo que para entender lo que pasa con la actual generación de graduados universitarios es imprescindible tomar una cierta perspectiva histórica. Tal vez de esta manera podamos valorar las cosas con otra perspectiva que entiendo necesaria.

Lo haré desde mi propia experiencia, que es la de los muchos que en estos tiempos tenemos alrededor de los 50. Éramos las  primeras generaciones de la EGB, éramos muchos niños por aula, yo tenía el número 45 y por detrás de mí todavía había algunos. En mi caso concreto, que no era poco habitual, estábamos divididos por sexo. Mi escuela era una escuela de barrio y en aquellos momentos (el director presumía de haber fundado el mayor colegio de Europa) había siete vías por cada sexo. La cuenta es fácil más de 300 alumnos y más de 300 alumnas por curso.

Cuando llegó el momento de pasar de la enseñanza obligatoria al BUP (después de 8º, 14 años) la mayoría de mis compañeros (hablo del masculino porque es de lo que tengo memoria) había abandonado sus estudios. Estoy recuperando los datos a partir de una memoria quebradiza, pero en el 1º de BUP no estaríamos más de 90 alumnos y otras tantas alumnas y hay que añadir que una parte de los mismos procedía de otros centros escolares.

Al COU (17 años) ya sólo llegamos alrededor de 40 por sexo y pasamos a realizar estudios universitarios una pequeña parte de los mismos. De los 300 que podíamos compartir las aulas en el 8º curso, no más de 25 pasaron a la Universidad.

Mis compañeros no eran menos listos o inteligentes que yo. Había otros condicionantes, fundamentalmente sociales, que provocaban el abandono escolar y la búsqueda de soluciones en un mundo laboral que se estaba poniendo ya muy empinado como consecuencia de nuestras recurrentes crisis de empleo.

Los números mejoraron algo después de esas fechas con la llegada de la democracia y con los gobiernos del PSOE: la extensión de las becas, la mejora de los recursos en el sistema educativo, la ampliación de la enseñanza obligatoria, los recursos para la educación de la diversidad, los bilingües, etc. Los jóvenes de algunas generaciones posteriores han llegado a ser considerados, no sin razón, las mejor preparadas de nuestra historia. Es evidente que individualmente todos ellos y todas ellas han hecho importantes esfuerzos, es indudable, especialmente porque eso de la cultura del esfuerzo ha sido llevado al paroxismo y los niveles de competitividad y horas de dedicación se han elevado a niveles extraordinarios (seguramente bastante más allá de los necesario en algunos aspectos y mucho menos en otros, pero eso es otro tema que merecería otra entrada diferente)

Muchos de esos jóvenes están teniendo que salir de nuestro país para buscar salidas laborales y un futuro personal. Algunos de los responsables políticos de ese desastre esgrimen como argumento que salir del propio país a buscar trabajo, especialmente si es especializado, no es ninguna tragedia. En parte puedo llegar a estar de acuerdo, pero soy de la opinión de que ese tipo de decisiones no son una tragedia si se adoptan libremente y lo pueden llegar a ser si son como consecuencia de una situación obligada. Es una diferencia no demasiado sutil, lo inexplicable es que no se aprecie.

Pero en medio de este tipo de debates se nos escapa un factor que es fundamental. El éxito de esta generación no es un éxito individual, es un éxito colectivo. La diferencia entre los jóvenes de hoy y los de mi generación no es de esfuerzo individual sino de circunstancias sociales y económicas y el trabajo que ha facilitado ese nivel de partida ha sido colectivo y en buena medida consecuencia de decisiones políticas. Es un indudable éxito de las políticas socialdemócratas y del Estado de Bienestar. Es consecuencia directa de nuestro modelo democrático y del esfuerzo colectivo de todos y todas, también del de esos compañeros y compañeras de los que hablaba al principio y que han pagado sus impuestos para que los jóvenes actuales pudieran tener más oportunidades en la vida que ellos. De lo que estoy seguro es de que la mayoría compartimos la idea de que ese esfuerzo merecía la pena. La pena es que una parte de ese sacrificio lo estamos tirando por la borda, el realizado para favorecer a estos jóvenes y el realizado para crear las estructuras e instituciones que lo han permitido.

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