Los problemas de la cultura heroica

En medio de la resaca post-electoral yo prefiero seguir discurriendo por otros derroteros. En su momento dije que iría poniendo en común lo que reflexionara sobre el libro en el que ando enfrascado. Digamos que incumplí mis buenos propósitos. Ahora que me voy acercando al final de esta reflexión, al menos de momento, me parece un buen momento para compartir algunas de las conclusiones a las que he llegado. Quizá resulten abstractas pero es que estamos hablando de libertad, en realidad de la esencia de los valores que guían nuestro ser y nuestra convivencia.

En este marco os propongo esta reflexión sobre la libertad y los héroes. Conceptos que parecen no tener nada que ver cuando nos quedamos en la superficie pero que están profundamente enraizados en nuestra cultura cuando profundizamos un tanto.

Los antiguos griegos distinguían entre tres tipos de seres: los dioses, los humanos y los héroes. Los héroes eran humanos, pero un tipo de humano muy especial, un tipo de humano que era capaz de enfrentarse a los dioses e incluso ganarles en alguna ocasión la partida. La esencia de los héroes ha marcado a fuego la manera occidental de entender al ser humano.

A través de la figura del héroe la cultura clásica provoca un proceso de teomorfización de los humanos. No es que dibuje a los dioses como humanos sino que dibuja a los humanos como dioses. Esa es la clave cultura que Europa recupera en el periodo del Renacimiento, cuando los intelectuales, especialmente los filólogos, en contacto con los textos griegos, sitúan al ser humano en el centro del universo. Es el inicio de la autonomía de la razón sobre la fe. 

Pero volvamos al centro de nuestra argumentación. A través de la esencia de la figura del héroe se puede acabar entendiendo las diferentes maneras de entender la libertad y la convivencia que se han producido en nuestra cultura. Señalaba Karl Kerenyi que se cree que el origen de la figura del héroe se puede encontrar en el culto funerario de los reyes micénicos. Es decir, en el fondo de la figura del héroe se puede encontrar la manifestación de una cultura aristocrática que establece que el ser humano puede ponerse al nivel de lo divino pero que sólo son capaces de hacerlo unos pocos: los elegidos.

A partir de ese momento la cultura europea ha ido manteniendo esa fe en la capacidad de los humanos de llegar a todos los límites que sea capaz de desarrollar pero, a la vez, en la mayor parte de las ocasiones se ha asignado esa capacidad exclusivamente a unos pocos que se destacan sobre una masa informe e incapaz.

La cultura heroica es, por lo tanto, una cultura aristocrática, en realidad una cultura opuesta a lo democrático en su esencia puesto que lo heroico parte de la idea de que las grandes cosas sólo pueden hacerlas grandes hombres (también en su sentido exclusivamente patriarcal).

La lucha democrática ha consistido siempre en un esfuerzo de extensión de esas capacidades humanas que nos teomorfizan, que nos muestran capaces de lo máximo, extendiendo la capacidad de ser y hacer a todos los miembros de esa masa.

Por eso cualquier proyecto democrático  debe desconfiar siempre de los héroes, de todos los héroes, vanguardias, salvadores y personajes que se propongan como herederos naturales de la gloria, sea esta la que sea. Por eso las democracias deben desconfiar del poder y establecer mecanismos de control para defender la libertad de todos frente a la libertad de algunos. Frente a lo aristocrático y lo heroico lo democrático aparece como una movimiento mucho más aburrido. Algunos interesados creen que mediocre porque mediocre les parece que todos alcancen la gloria porque en esa mediocridad nadie destacaría. En realidad el fin último de cualquier democracia no puede ser otra cosa que el establecimiento de una sociedad de clases medias, una igualación de las oportunidades de libertad y capacidad de todos y cada uno de los miembros. Hay que ser conscientes que no hay sólo héroes que pretenden destacar por la consecución en exclusiva de los mayores logros humanos sino que también hay héroes que sólo pueden serlo si coartan las capacidades de los más capaces para aparecer como extraordinarios.

Pero lo que más me interesa de esta reflexión es que la libertad de las personas está asociada exclusivamente a una ausencia real de cultura heroica. El hombre y la mujer libres sólo pueden existir en un mundo no heroico, lo que no quiere decir que no sea un mundo virtuoso. Y en este sentido una advertencia final porque esta reflexión tiene más miga que no se puede desarrollar en unos párrafos. Héroe en este discurso es aquel que necesita vencer, por lo tanto necesita destacar sobre los demás. No héroe es aquel que hace aquello que debe pero cuya realización no consiste en la superación de los demás sino en la consecución de los propios objetivos.

En resumen: la democracia es el proyecto utópico de una sociedad de no héroes. Los héroes conducen, inevitablemente, a modelos aristocráticos

Comentarios

  1. Muy muy interesante reflexión. El tema merece una 2ª parte

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    1. Pues muchas gracias. Veré que hago. Pero el tema lo tengo desarrollado en lo que será, si encuentro editor, mi tercer libro. El título provisional La decisión de Ariadna. El laberinto de la libertad.

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