Vergüenza
Me gusta lo que escribe Boris Cyrulnik, muchos lo recordaréis por su libro más conocido: Los patitos feos y lo relacionaréis con el término resiliencia (la capacidad de sobreponerse al dolor emocional y a los traumas).
Cuando veo un libro suyo nuevo suelo comprarlo. No siempre lo leo enseguida. A veces lo dejo dormitar en las estanterías. Eso es lo que me pasó con el que estoy leyendo ahora: Morirse de vergüenza. El miedo a la mirada del otro. Digamos que el tema de la vergüenza, a priori, no acababa de interesarme demasiado pero, como suele sucederme, en un momento concreto encajaron varias piezas y relacioné la vergüenza con uno de mis temas de reflexión actuales: la libertad, los laberintos en los que estamos encerrados, la forma en que podemos salir más libres del momento actual... Y ahí apareció la vergüenza, el miedo a la mirada del otro como factor que nos resta libertad y que nos encierra en cárceles invisibles, en misteriosos problemas aparentemente irresolubles.
Así que comencé a leer el libro relegado. Una de las conclusiones que saco de lo leído es que una de las causas por las que nos sentimos metidos en un laberinto es porque sentimos vergüenza, nos han hecho daño, estamos en buena medida traumatizados, nos han hecho creer que somos los responsables de lo que sucede, nos han hecho creer que los héroes de la historia son los privilegiados (son ellos los que han trabajado para crear riqueza que tu te has querido apropiar sin esforzarte), que tenemos lo que nos merecemos porque en su momento vivimos por encima de nuestras posibilidades, porque no nos esforzamos lo suficiente. De una forma poco meditada hemos asumido el mensaje, hemos asumido que somos los responsables de la situación, hemos asumido la narrativa neoliberal.
Ayer volví a ver la película, esta vez en familia, Grita Libertad. Una forma de que mi hija tuviera una referencia que le ayudara a entender la importancia de la figura de Mandela en la historia reciente de la humanidad. En un momento determinado Steven Biko explica que los negros sudafricanos llegaron a sentir vergüenza de ser negros porque les habían hecho creer que todo lo positivo que había en su país y en el planeta lo había creado el hombre blanco. Una de las primeras tareas del movimiento de liberación sudafricano era conseguir que la mayoría negra estuviera orgullosa del color de su piel, se sintiera a gusto consigo misma.
Salir de la vergüenza supone construir un proceso de resiliencia, dejar de sentirse afectado por la mirada del otro que hoy es una mirada neoliberal, creer en los propios valores, estar orgulloso de lo que se cree (la necesidad de una sociedad más igualitaria y justa, pensar que se tiene derecho a un Estado que proteja a todas las personas y no sólo a las propiedades).
A algunos el hecho de que se hable de derechos humanos les suena a manido, a sabido, a superado. A otros les suena a trasnochado. Es como si nos diera vergüenza reclamar que se cumplan los derechos humanos, reclamar un mundo más justo. Nos han convencido de que son chiquilladas, ilusiones irrealizables, utopias inalcanzables. De esa opinión deben ser los políticos responsables del área de Bienestar Social que declaran que la lucha contra la desigualdad y la pobreza no es de su competencia (Noticia El Periódico de Aragón aquí). O los políticos responsables de la elaboración del Plan de Inclusión del Reino de España que es un simple sumatorio de programas parciales y requetecortados, como ha denunciado recientemente la Asociación de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales (enlace aquí)
No pensaba hablar de Mandela, se ha escrito demasiado y la reiteración de la atención mediática acaba
manoseando y empobreciendo el mensaje de fondo. Sin embargo una de las grandezas de Mandela es que se negó a sentir vergüenza por defender lo que defendía, por luchar por aquello en lo que creía pese a que durante muchísimos años mcuhos de los que luego lo alabaron lo consideraron un peligroso activista, un terrorista, un disidente. Creyó que lo que creía no era un sueño irrealizable, no sintió vergüenza de lo que pensaba, persistió y su dignidad le hizo convertirse en uno de los humanos más importantes que nunca han poblado este planeta. Sencillamente se negó a sentir vergüenza, a asumir que la mirada despreciativa del otro le hiciera renegar de lo que era y de aquello en lo que creía. Y lo hizo sin dejarse llevar por el sectarismo o la revancha
Debemos trabajar para volver a sentirnos orgullosos de nuestro proyecto de sociedad diferente, una sociedad basada en el cumplimiento de los derechos humanos, una sociedad en la que no sea posible que una familia muera por intoxicación alimentaria por comer productos en mal estado, una sociedad en la que los responsables del bienestar social compartan la idea de que su obligación no es otra que luchar por una sociedad más igualitaria y en la que la pobreza sea un dato del pasado.
No pensaba hablar de Mandela, se ha escrito demasiado y la reiteración de la atención mediática acaba
manoseando y empobreciendo el mensaje de fondo. Sin embargo una de las grandezas de Mandela es que se negó a sentir vergüenza por defender lo que defendía, por luchar por aquello en lo que creía pese a que durante muchísimos años mcuhos de los que luego lo alabaron lo consideraron un peligroso activista, un terrorista, un disidente. Creyó que lo que creía no era un sueño irrealizable, no sintió vergüenza de lo que pensaba, persistió y su dignidad le hizo convertirse en uno de los humanos más importantes que nunca han poblado este planeta. Sencillamente se negó a sentir vergüenza, a asumir que la mirada despreciativa del otro le hiciera renegar de lo que era y de aquello en lo que creía. Y lo hizo sin dejarse llevar por el sectarismo o la revancha
Debemos trabajar para volver a sentirnos orgullosos de nuestro proyecto de sociedad diferente, una sociedad basada en el cumplimiento de los derechos humanos, una sociedad en la que no sea posible que una familia muera por intoxicación alimentaria por comer productos en mal estado, una sociedad en la que los responsables del bienestar social compartan la idea de que su obligación no es otra que luchar por una sociedad más igualitaria y en la que la pobreza sea un dato del pasado.
Los trabajadores sociales sabemos un poco sobre el tema, sin duda. Muchos de "nuestros usuarios" vienen con mucha vergüenza a contarnos sus problemas y a mostrarnos sus necesidades. Y por otra parte, los profesionales debemos perder la vergüenza a denunciar las injusticias.
ResponderEliminarMuy buena entrada, Joaquín.
Gracias por tu comentario, Eladio. Un saludo.
EliminarMuy buen artículo Joaquín y decirte que lo que has comentado de Mandela posiblemente lo utilice esta tarde en mi sesión de cuentos que haré, sobre Derechos Humanos, tras la Asamblea del COTS Madrid ;-)
ResponderEliminarMe alegro de que lo que escribo sirva para otras cosas. Gracias por comentarme que lo utilizarás. Que vaya bien la sesión.
EliminarComo bien dices, la vergüenza supone uno de los peores límites a la libertad. Somos nosotros, como trabajadores sociales los que debemos dejar la vergüenza a un lado para conseguir que haya derechos no favores y así nuestros “usuarios” dejaran progresivamente de tener “vergüenza” y, sentir que la sociedad se lo debe por el simple hecho de pertenecer a ella.
ResponderEliminarEn ningún país del mundo podemos permitir que se pase hambre o que no tenga derecho a una sanidad igualitaria, pero vamos a empezar por el nuestro sin abandonar a toda esa gente que por “ recortes”… se está quedando fuera de nuevo