Cuidado con el sentido común

Acabo de finalizar la lectura de un libro interesante y recomendable. Se trata del ya clásico Derecha e izquierda del pensador italiano Norberto Bobbio. Acaba de ser reeditado por Taurus (página web aquí) La primera versión fue publicada en 1994, hace veinte años, en un momento en el que la caída del muro de Berlín, acompañado de un neoliberalismo que comenzaba a ser ideológicamente predominante, anunciaban el inicio de un amplio ciclo de predominio del pensamiento de derechas en la elaboración de las políticas europeas. El libro, de éxito inmediato, fue contestado y respondido desde los más diferentes angulos de la opinión política y en esta edición se recogen algunas de las contestaciones de Bobbio a esas opiniones diversas y que fueron apareciendo en los sucesivos prólogos a las nuevas reediciones.

El libro está siendo reeditado en diferentes países debido a su actualidad. Por ejemplo en Italia se le han incorporado reflexiones del Presidente del Gobierno Matteo Renzi y del conocidísimo líder del mayo del 68 Daniel Cohn_Bendit. La reedición española viene precedida por un prólogo de Joaquín Estefanía.

Bobbio propone en el libro la vigencia de la diferencia política entre derecha e izquierda, concretando, en una simplificación excesiva por mi parte, que la gran diferencia entre unos y otros tiene que ver, fundamentalmente, con el grado de aceptación de las desigualdades sociales. En este sentido eliminar las desigualdades injustificadas sería el objetivo político de la izquierda política.

Me parece interesante esta reflexión porque creo que en estos momentos la desigualdad vuelve a ser el quid de la cuestión política y lo que me resulta no sólo extraño sino en buena medida desasosegante es que el problema no acaba de estar en el centro de la agenda política. El centro del debate político se está orientando en otras direcciones y aunque los partidos de la izquierda clásica: IU Y PSOE, entre otros, están intentando incluirlo en la misma.

Resulta alarmante porque creo que el fenómeno social más significativo de los últimos años es la aparición con una fuerza enorme de un nuevo grupo social: el precariado, que queda, de esta forma, fuera de la consideración y visibilidad de los debates políticos, en todo caso aparecen un tanto de rondón, como por la puerta falsa. Sin ir más lejos el Partido Popular se toma a rechifla las propuestas del PSOE en esta materia. (por ejemplo en el debate sobre la Ley de Presupuestos, algunos diputados de ese grupo respondieron con un sonoro ¡oh! irónico a la propuesta en torno a la pobreza infantil)

Por cierto  la revista La Maleta de Portbou incluyen en su último número una interesantísima entrevista que Pau Mari-Klose le hace a Guy Standing, un especialista británico en el tema del precariado y que ha publicado ya un par de libros imprescindibles en la materia.

Pero a lo que voy, que me pierdo. Las fuerzas políticas emergentes en el panorama político español se caracterizan en general por pretender la superación de la diada clásica "derecha-izquierda", de ahí la frase que se ha escuchado y difundido con cierta profusión: "ni derechas, ni izquierdas, sentido común".
Digamos que la frase no me gusta absolutamente nada. Por eso le he dedicado un espacio a darle vueltas. Yo hace ya unos cuantos años que bromeo con el concepto "sentido común" y suelo decir que su definición exacta es: "eso que los demás no tienen" porque si recapacitamos un poco tanto nosotros mismos como los que nos rodean suelen utilizar la expresión para hablar de que los demás no tienen sentido común. Pero claro, el concepto sentido común utilizado como antítesis de la diada clásica derecha-izquierda ya da para menos bromas. Me parece más serio y debo decir viene acompañado de un tufo que considero peligroso por lo que connota.
La expresión sentido común utilizada en este contexto, que según la definición del diccionario de la RAE significa  "Modo de pensar y proceder tal como lo haría la generalidad de las personas", implica que quien se atribuye la capacidad de determinar cual es el sentido común se arroga con el derecho de establecer la norma social y, sin más discusión, declarar que las opiniones de los otros carecen de valor. Parece como si el sentido común nos eximiera de la obligación de debatir las ideas, de expresarlas y confrontarlas. 
Introducir este concepto en el ámbito de la discusión política coloca a quien lo usa muy cerca del autoritarismo. El sentido común en realidad, como buena parte de los conceptos que utilizamos, no deja de ser relativo. Por ejemplo en uno de los más encarnizados debates de la actualidad, el que se mueve en torno a la interrupción voluntaria del embarazo, no me cuesta nada pensar en los dos bandos en liza pensando que los que están del otro lado carecen de sentido común. Quiero decir con esto que solemos asignar el concepto sentido común a lo que nos parece lo normal, lo común, sin entrar a valorar si ese punto de vista es el realmente común al conjunto de la sociedad.  Esto en una conversación de café no tiene mayor trascendencia pero sí la tiene si se utiliza como arma de comunicación política y electoral.

En una sociedad democrática el sentido común es el que acaba siendo expresado en las urnas y como hemos visto y veremos en las próximas confrontaciones políticas, en la mayor parte de los asuntos en discusión estamos muy lejos de alcanzar una opinión que pueda ser muy mayoritaria. Por otro lado, desde hace varios siglos nuestras sociedades han madurado la necesidad de respetar y permitir un espacio precisamente para las personas que no participan de la opinión común, de las minorías. Las reflexiones que surgen en Europa a partir de las cruentísimas guerras de religión llevan a establecer la necesidad de establecer mecanismos de defensa de las minorías, de su supervivencia y de su expresión, incluso de su representación en las decisiones que se toman. La democracia implica que en la decisión de la mayoría se tenga en cuenta el punto de vista de las minorías y que para ello se establezcan los mecanismos necesarios que incluyan un equilibrio. Quizá por eso aborrecemos tanto las mayorías absolutas, porque esos equilibrios se rompen.

La postura que alega la necesidad de imponer el sentido común como criterio de gestión política está muy cerca de la tecnocracia, pero este nuevo hilo del que tirar alargaría excesivamente esta entrada. Lo dejo aquí volviendo al libro con el que he iniciado esta reflexión. 
Norberto Bobbio, que al final de su libro confiesa su predilección por la postura de izquierdas, postura que es obvio que comparto, señala que "Nunca he pretendido erigir mis preferencias personales, a las que considero que no puedo renunciar, en criterio general del derecho y de la sinrazón" Pretender ser el representante del sentido común en el debate político está cerca de hacer justo lo contrario.


Comentarios

  1. pues si, estoy contigo, alto riesgo de perversión del término utilizado frente a derecha e izquierda

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

A continuación puedes dejar tu comentario sobre esta entrada.

Entradas populares de este blog

La izquierda necesaria. De Josep Ramoneda

Discurso y relato

Nómadas