Por qué prefiero los libros en papel

Siempre he sentido curiosidad por las nuevas tecnologías así que en cuanto salieron los primeros libros electrónicos me lancé a por uno. El trasto está bien y tiene algunas ventajas: el peso, la posibilidad (muy importante para un presbícico) de poder ampliar el tamaño de la letra, la posibilidad de incorporar uno o varios diccionarios (lo que facilita enormemente la lectura en otros idiomas), la capacidad de almacenamiento evitando las enormes pilas de papel que acumulamos en casa. No son pocas ventajas. Sin embargo al poco tiempo, abandoné el cacharro y me volví al libro en papel. No me hacía al formato, me resultaba frío e impersonal y, sobre todo, el principal motivo en ese momento fue que, aunque mi modelo posibilitaba subrayar e incluso escribir notas, no me ofrecía toda la riqueza de posibilidades de subrayado y anotado en los márgenes que tiene un libro en papel tradicional.

Poder subrayar y anotar en los márgenes tiene para mí una función primordial. De esa manera hago mío el texto, es como si a través del lapiz algo del espíritu que alguien vertió en esa materia de papel comenzara a formar parte de mí. En realidad a través de ese gesto, que yo particularmente necesito ejecutar de esta forma física, se cumpliera lo que de una forma bellísima Luis García Montero expresa en uno de sus últimos libros, Un velero bergantín (por cierto más que recomendable) y es que un libro, un texto literario (y no literario) es un espacio público de convivencia que exige la construcción mutua de un nosotros. Yo para realizar esa tarea necesito, llámenme antiguo, el libro en papel y un lápiz en ristre. 

Esta es mi forma particular de venerar ese espacio de encuentro que tiene algo de sagrado, de exclusivo. Esta es mi forma de vivirlo; sin embargo es lógico que no sea la única. En uno de mis últimos viajes en tren me correspondió un asiento junto a una persona que volvía a su ciudad tras una larga estancia por trabajo en Zaragoza. Me vió dedicado a mi tarea de subrayar y anotar y no pudo evitar expresar su profunda extrañeza, diría más conmoción, al verme marranear de semejante manera un libro; de hecho no pudo evitar comentarme que le resultaba muy extraño, por no decir sacrílego, ese ejercicio. Le intenté explicar que para mí era algo normal. El libro era también para él algo sagrado.

Por diferentes motivos me he visto obligado a comprar varios libros en formato digital (no los había en papel) y he vuelto a utilizar el aparatito de marras. He pasado unas cuantas horas encerrado en un tren así que lo he combinado con otros textos en papel. Hacía tiempo que no hacía esto. Que queréis que os diga. El papel no tiene competencia para mí. Leo por gusto, leo con placer incluso los tochos más inconfesables (si no me gustan abandono sin pudor, para poder persistir en el ejercicio tengo que encontrar un mínimo, aunque sea la esperanza o la promesa de un placer mayor más adelante, si eso desaparece...) Y pese a las oportunidades que le he dado, leer por placer no es un concepto que relacione con el formato digital. Leer en formato en papel es para mí una experiencia extraordinariamente sensual: el tacto de las hojas, el hojeo y el ojeo, el olor, el diseño y la luminosidad del papel... Lo es también emocional, seguramente me sucede que muchos de los ratos felices de mi vida se han producido con uno de estos artefactos entre las manos. Gracias a él he entrado en la intimidad del pensamiento y los sentimientos de algunas de las personas más interesantes que ha dado el género humano a lo largo de su historia.

Quizá resulte un tanto chusco pero os dejo para finalizar esta entrada extravagante una comparación que me lleva dando vueltas por la cabeza desde mi último viaje en tren con el libro digital: La relación que hay entre la lectura en papel y en digital es la misma que existe entre un buen plato de cocina casera y un sandwich empaquetado y comprado de ocasión en una estación cualquiera.

Comentarios

  1. Ya sabía yo que había algo, no terminaba de saber qué y es esto. Yo adoro los libros en papel, pero jamás escribo en ellos, me parece un sacrilegio, tambien por eso prefiero los ebooks, puedo subrayar, tomar notas, referencias...
    Un saludo

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  2. Hola Joaquín, me ha encantado esta entrada, me identifico del todo con lo que dices. Me acuerdo de que tu libro de los Pilares lo tuve que leer al principio en Ebook, hasta que me lo mandaste tú. ¡Entonces lo personalicé! Lo tengo lleno de comentarios. Pienso que si alguien lee cualquiera de mis libros, incluso novelas, cuando me muera, cosa improbable, pensará que fui una chiflada. Los libros son sagrados, sí, pero se puede ser irreverente. Si no ¿qué manera tenemos de desobedecer? Cada vez menos porque te la juegas y una ya no está para trotes. Pero mañana ¡a la marcha por la dignidad!
    Gracias Joaquín por tanta aportación.

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  3. Buenas noches, tengo que rectificar el texto anterior porque tal y como está escrito parece que es improbable que me muera. NOOO, nada más lejos... Quiero decir que si alguien lee cuando me muera lo que he escrito -cosa improbable-, bla, bla, bla.

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