La fragilidad de las condiciones de nuestra vida y nuestra convivencia.

Hace unos días leía un comentario en una red social  que expresaba la sorpresa por la repetición de los roles sociales tradicionales en las relaciones de pareja jóvenes. Se destacaba en el mismo que resultaba sorpresivo que las chicas volvieran a asumir papeles sumisos superados tras arduas peleas por generaciones anteriores. Se tenía la sensación de marcha atrás. De retroceso en la conquista.

Es una sensación que he compartido en más de una ocasión, no vinculada exclusivamente al tema concreto de las relaciones de género, sino a muchos otros temas del ámbito social y político. De hecho una de mis tesis en El Cuarto Pilar y en otros escritos, es que a lo largo de los últimos treinta años se le ha dado la vuelta al contenido de los conceptos de los grandes valores republicanos.

Creo que en esta sorpresa nos hemos dejado llevar por el engañoso y escurridizo concepto moderno del progreso. Con la Modernidad surgen un importante número de conceptos nuevos, uno de ellos es el concepto mismo de Historia. La realidad ya no es inmutable, establecida por designiio divino, la realidad puede ser cambiada, es mudable, todo se puede cambiar, el conocimiento puede aprender cosas nuevas y el orden social puede subvertirse. En el mismo magna surge el concepto de Progreso, vinculado al avance científico y técnico. La humanidad está llamada a conquistar continuamente nuevas fronteras, un concepto que aplicado al ámbito de la convivencia social puede llevarnos a engaño. En el espacio que ocupa las bases de nuestra convivencia, en lo cultural, lo nuevo no tiene por qué ser lo mejor, el progreso no es una línea continua hacia adelante. Se pueden dar, y se dan, importantes pasos atrás, retrocesos (hablo de adelante y atrás tomando como referencia el ámbito relacionado con los derechos humanos como punto de referencia desde el que hablar, entrar en otro tipo de consideraciones llevaría más a un artículo que a una entrada de blog). El progreso en este ámbito es un objetivo, no un a priori.

Hace unas semanas me invitaron a participar en una tertulia literaria. Me encantó la idea, es una forma de pensar y hablar de cosas distintas a las que me suelo dedicar. Leemos un libro cada tres semanas, el primero que voy a leer, en este caso a releer es  El primer siglo después de Beatriz. un libro del libanés Amin Maalouf (wikipedia aquí), miembro de la Academia francesa y premio Príncipe de Asturias de las Letras. Me alegré de que eligieran a Maalouf, es uno de mis autores favoritos. He leído casi todo lo que ha escrito. El libro escogido es curioso dentro de la obra del autor porque desarrolla un tema que parece, al menos en primera instancia, alejarse de su trayectoria  literaria, aparentemente centrada en las relaciones y la convivencia islam-occidente. El primer siglo después de Beatriz, sin embargo presenta una antiutopia, en la que el orden mundial conocido de las cosas se ve quebrantado por el descubrimiento y el uso de un producto que permite seleccionar el sexo de los niños.

¿Qué tiene que ver la lectura de este libro con la reflexión sobre el progreso y la fragilidad de las conquistas sociales? Creo que mucho. Dándole vueltas a la diferencia aparente de la temática de este libro de Maalouf me dí cuenta de que hay una punto de desarrollo en el que es similar al resto de su obra: La convivencia de los distintos, la estabilidad de las civilizaciones, de las culturas, la convivencia, la dignidad humanas, los derechos humanos disfrutados, están separadas del caos por una delgada línea tan frágil como el diente de león que ilustra el comienzo de esta entrada.

Los totalitarismo, los dogmatismos, los mesianismos, se agazapan, como nuevos bárbaros en las fronteras de la civilización preparados para tomar Roma a la menor oportunidad. Maalouf, aunque no lo manifieste en cada uno de sus libros, parte, evidentemente, de la traumática
experiencia libanesa. Un gran país, uno de los más ricos, interesantes culturalemente, plurales, apacibles, no sólo de la orilla sur del mediterráneo sino del conjunto de este mar que nos une, que ve como, con una facilidad increible, pasa de la convivencia posible a la guerra sin cuartel, de la vida digna a la vulneración de todos los derechos humanos. No es la primera vez y desgraciadamente no creo que sea la última en que esto sucede en la historia humana.

Una de las principales enseñanzas de Maalouf es que la vida digna, la convivencia entre distintos, las conquistas de la humanidad, deben ser defendidas día a día, siempre están amenazadas por planteamientos totalitarios, por dogmas de todo tipo, dogmas que a menudo se presentan como "la única verdad". Estos planteamientos que suenan a mesianismo trasnochado, me recuerdan, tremendamente (aunque no únicamente), a los asertos de los muchos que defienden los principios neoliberales como los únicos posibles. De acuerdo con esta única verdad todas las conquistas sociales que nos permiten mantener una convivencia y una dignidad mínimas, están en riesgo, pueden desaparecer de la noche a la mañana, como de hecho está sucediendo. No podemos dar nada por hecho. No sólo los derechos sociales, ni siquiera la misma convivencia democrática. Cada conquista, cada valor, cada metro del terreno que nos permite vivir con dignidad debe ser defendido y reivindicado, día a día, generación tras generación.

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