¿Porqué para reformar la Ley de Dependencia no hablan con los dependientes?


Hace algo más de 10 años asistí a un curso de formación en Barcelona en el que oí por primera vez algunas frases, expresiones y reflexiones que me hicieron pensar mucho, muchísimo. Lo que vi claro es que había grandes grupos corporativos muy interesados en entrar en el mundo de la atención a la Dependencia, que estaban dispuestos a pagar cuantos informes fueran necesarios para demostrar sus asertos, que no iban a tener dificultades en encontrar técnicos que los hicieran y firmaran y que aquí había una necesidad humana con la que se iba a poder sacar mucho, mucho dinero.

Seguramente cabe en este momento hacer una salvedad, cuando hablo de grandes grupos corporativos no estoy hablando de la mayor parte de la iniciativa privada o social que ha construído y gestiona, principalmente, centros de día o residenciales. En este ámbito hay que distinguir entre el empresariado clásico, los pequeños y medianos emprendedores que intentan encontrar un nicho de mercado en el que desarrollar su actividad, y los verdaderos grupos corporativos, muchos de ellos vinculados o apegados al poder financiero. De estos es de los que estoy hablando. De hecho muchos de los tradicionales empresarios del sector y sus empleados tienen mucho que perder si las propuestas de los grandes grupos corporativos cobran cuerpo y se extiende la figura del seguro privado de dependencia como forma fundamental de provisión de este tipo de servicios.

Pero volvamos al corpus principal de esta entrada. Digamos que escuché por primera vez dos cosas unidas: el riesgo de la dependencia era una cuestión privada que cada uno debía resolver por sí mismo (está escrito en palabras del primer director de la oficina económica del Presidente Aznar, José Barea) y que era necesario organizar un seguro privado obligatorio de dependencia, con algún ligero apoyo público.

Luego vino la campaña electoral y la portada de El País en la que el presidente in pectore Rajoy ya advertía de que la Ley de Dependencia no era viable.

Y una vez en el gobierno vino todo lo demás: demonización de los cuidadores de los dependientes, ataque a los estudios en los que se basaba la Ley de la Dependencia, actuaciones para hacer inviable su aplicación. Con excepciones, que las hay, hacer todo lo posible para que los ciudadanos acabaran valorando que esta Ley había sido un ejemplo más de mala gestión socialista de la realidad.

Que porqué estoy escribiendo todo esto. Sencillamente porque estos días se están produciendo un aluvión de noticias que caen como mazazos cada vez que abres los periódicos físicos o digitales, o te conectas con las redes sociales.

La primera es el artículo de Carmen Moran en El País sobre la posible privatización de la dependencia y mi propia columna que la acompaña (entrada anterior del blog aquí)

La segunda es otra noticia de el País (noticia aquí). El titular dice así: ¿Con 20 euros quieren justificar que me están ayudando?

Y la tercera es una  noticia publicada por varias agencias de información que señala que se pìerden seis beneficiarios del sistema de la Dependencia por hora. (noticia aquí).

La actual deriva de la aplicación de la Ley de Dependencia es sencillamente penosa y claramente denunciable. Creo que lo que nos debe preocupar fundamentalmente es la suerte de cientos de miles de familias que se están viendo literalmente abandonadas por la colectividad en la que viven.

El riesgo de vivir personalmente una situación de dependencia, o que la tenga uno de nuestros familiares más cercanos es mucho más elevada de lo que nos damos cuenta. Como muchas otras cosas en la vida nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena.

Los dependientes y sus familiares pueden contar las enormes dificultades para mantener uinos mínimos estándares de vida cuando se produce una de estas situaciones. Largas jornadas mantenidas durante muchos años. Deterioro de las condiciones de vida personal y familiar. Profundos sentimientos que revuelven completamente la experiencia de la propia vida. Sentimiento de aislamiento y abandono, de incomprensión.

La Ley de la Dependencia, con todas sus deficiencias y lagunas, vino a poner reconocimiento donde había olvido. Aunque sólo fuera por eso merecía la pena su puesta en marcha.

En todo este camino la voz de los que deberían ser los protagonistas está siendo menospreciada, ocultada, pasada por alto. Basados en grandilocuentes planteamientos técnico-teóricos se viene a mantener opiniones poco fundamentadas que resultan gravemente insultantes para estas personas que pese a todas las dificultades suelen mantener una enorme dignidad en medio de todas las dificultades.

En esta situación sólo cabe recordar que es un insulto pagar 20 euros a alguien por cuidar a un dependiente. Que es un insulto a la intelegencia de los ciudadanos reducir sistemáticamente el número de beneficiarios con excusas tan insostenibles como el presunto fraude de los usuarios o el teórico objetivo del aumento de la calidad de las prestaciones ofrecidas (mejor un centro que una familia).


Lo que quiero proponer en este artículo es que todas estas opiniones y puntos de vista técnicos y políticos los pasemos por el tamiz del sufrimiento humano, de los verdaderos protagonistas de esta historia que son las personas en situación de dependencia y sus familias y que luego, después de mirarles a los ojos, intentemos volver a mantener determinados discusos.

Estamos asistiendo a un retorcimiento de los argumentos para justificar lo injustificable de tal magnitud que la capacidad de asombro se ve continuamente superada por la realidad. La cuestión es muy sencilla. Si antes se estaba haciendo mal y ahora se aplicara una reforma los ciudadanos atendidos deberían estar más satisfechos y no menos. Esta sencilla prueba del nueve es soslayada continuadamente.

Las políticas si quieren ser democráticas deben servir al pueblo y no a los poderosos. Guste o no guste esta es la única verdad. Creo que si preguntan a los interesados estos preferirán la situación anterior y no la actual. No nos digan que las reformas que se están haciendo son para mejorar las cosas. Es un insulto a la inteligencia.

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