La reforma de la Administración Local,. Reflexiones. (I)

El pasado 30 de diciembre se publicó en el BOE la Ley de Racionalización y Sostenibilidad de la Administración Local, impresionante nombre para una Ley que lo que hace es vaciar de competencias la Administración más cercana al ciudadano.

Durante los últimos meses se ha producido un debate público bastante intenso que desgraciadamente ha tenido poca repercusión en los medios de comunicación masivos y en número de protestas en la calle. 

Sin embargo, pese a esta escasa repercusión, la  Ley aprobada puede acabar teniendo, en algunos casos ya lo tiene, una importante repercusión, especialmente en el ámbito del Sistema de Servicios Sociales. Por eso inicio con esta entrada una serie que voy a dedicar al tema. En estas entradas voy a intentar desgranar la filosofía de fondo que inspira este cambio normativo y organizativo y sus posibles repercusiones.

Lo primero que quiero dejar claro es que aunque la Ley ya esté en vigor no quiere decir que no se pueda hacer nada para oponerse a ella. Es más, parece muy claro que buena parte del arco parlamentario que hoy ocupa los bancos de la oposición está dispuesta a cambiar esta Ley si hay un cambio de gobierno tras las próximas elecciones generales. Esa perspectiva de vuelta atrás genera un mayor margen de maniobra para la protesta y nos obliga a no dejar en el olvido y la inacción este profundo ataque a nuestro modelo de convivencia.

Pero ¿A qué nos oponemos? En este primera entrada quiero hacer referencia al argumento filosófico que se ha convertido en el mantra de la reforma: la frase-idea "una competencia, una Administración". Esta frase contiene varios relatos en su interior. Voy a intentar analizarlos.

En primer lugar, de forma mas o menos velada, la frase hace referencia a un marco cognitivo claramente conservador: hace falta poner orden donde hay desorden. Esta frase da por hecha la idea de que las cosas en las Administraciones Locales han estado muy desordenadas. Está intentando hacer referencia, de forma más o menos expresa al "desmadre" del que se acusa al conjunto de Administraciones en el gasto público, pero centrándolo específicamente en la Administración Local. De hecho uno de los elementos que se modifica en la Ley y que parece hacer referencia a este hecho es la modificación del número de concejales y los salarios que estos pueden cobrar. Un lugar común que se extendió como la polvora por internet en forma de denuncias utilzando cifras falsas de concejales. La realidad es bien otra. En la mayor parte de los Ayuntamientos españoles los concejales no cobran un duro, acaban poniendo tiempo y dinero de su bolsillo y, sencillamente, trabajan de una forma bastante voluntariosa por sus localidades. Es más, es a esos Ayuntamientos y no a los grandes, a los que más afecta la modificación de esta parte de la norma, al bajar el número de concejales y, por lo tanto, su capacidad de trabajar por su pueblo. Hay muchas cifras, datos y estudios que corroboran que, por ejemplo en Aragón, la nueva Ley, aplicada en su totalidad, provocaría un mayor gasto público como consecuencia de la aplicación de esta parte de la norma.

Es como si se les quisiese echar la culpa de la crisis en vez de a los bancos a los Ayuntamientos, siendo que estos últimos no son, ni mucho menos, los causantes de la mayor parte de nuestro gasto público y mucho menos de la actual crisis económica.

Pero la pregunta que debemos hacernos es otra ¿Realmente ponemos orden quitando competencias a los Ayuntamientos? Sencillamente creo que no. Las nuevas teorías de la gobernanza pública tienden a recomendar que las competencias sean compartidas por los diferentes niveles administrativos, en una estructura organizativa que se denomina Administracion multinivel, poniendo en marcha el criterio de subsidiariedad. Que se haga desde la proximidad todo lo que se pueda hacer y pasen al nivel superior aquellas funciones que escapan a la capacidad de la Administración más cercana.

La idea de que la jerarquia pone orden, que es lo que se quiere decir con la frasecita de marras encaja perfectamente en el marco cognitivo neoconservador. Nos engancha porque, en realidad, todos entendemos la necesidad de la existencia de un orden, sin orden o límites sabemos que las cosas no funcionan, pero el orden no surge necesariamente de las estructuras jerárquicas. 

A lo largo de la Modernidad el concepto de orden ha evolucionado enormemente. Especialmente esta evolución se debe a la modificación de los paradigmas científicos y filosóficos. Lo cierto es que desde Einstein y Freud el orden ha cambiado de forma de ser entendido. De hecho la física cuántica revienta las bases mismas del orden científico anterior al poner en cuestión las leyes sobre el orden de la materia.

De cualquier manera lo cierto es que los de mi generación, creo que muchas posteriores, hemos seguido siendo educados en la idea de un paradigma científico y de pensamiento ordenado y jerárquico como único posible. Digamos para simplificar que hemos sido educados en el paradigma que simboliza la ciencia y el conocimiento en el símbolo del átomo. 

Un paradigma que hace referencia a las ideas de simplicidad, cierre y regularidad. Un paradigma que nos ha servido durante mucho tiempo para intentar enfrentarnos al mundo y a la realidad que nos circunda pero que ya no sirve para explicar toda la realidad. Es más, la realidad, especialmente la social, es cada vez más compleja y este tipo de respuestas que buscan dar respuesta con esquemas simples a problemas complejos nos pueden llevar a decir simplezas en vez de dar soluciones.

Lo cierto es que el paradigma científico actual hace referencia al concepto de red. De hecho este nuevo
paradigma para comprender la realidad se acomoda mucho mejor para dar solución a los problemas complejos. Los avances en neurociencia y computación, en materia cognitiva, han venido a crear esta nueva forma de comprensión que sirve mucho mejor para explicar el funcionamiento de la comunicación humana, de nuestro funcionamiento cerebral, para entender las formas de funcionamiento de la sociedad.

La red responde a un esquema que se caracteriza por la complejidad, la flexibilidad y la apertura. Conceptos todos ellos que, como sabemos los que nos dedicamos a materias relacionados con las ciencias sociales, se acomodan mucho mejor para explicar y abordar las complejas formas que adquieren las sociedades humanas.

El criterio una Administración, una competencia, responde al primer tipo de conceptualización, una forma de entender las organizaciones humanas y la realidad en general, que, sencillamente, ha sido superada. La Administración multinivel y el criterio de subsidiariedad funcionana mucho mejor para ayudar a funcionar a las organizaciones humanas y que sean capaces de dar respuesta a la complejidad. Algo que, por cierto, ya aplica el mundo empresarial a la organización de las empresas. Ahora ya no existe la empresa fordista que lo hace todo por sí misma. Ahora lo que funcionan son las empresas red o las redes de empresas, los cruces de participaciones, las redes de colaboración. ¿Por qué queremos aplicar para las Administraciones lo que ya no funciona así para el conjunto de las organizaciones humanas que se enfrentan a la complejidad?

Pero, para acabar, una cosa más. Lo curioso del asunto es que en materia de Servicios Sociales, sencillamente, la Ley no aplica el criterio. Lo cierto es que se sigue asignando una función/competencia residual en materia de Servicios Sociales a la Administración Local. Lo cierto es que si se hubiera aplicado tal cual no debería quedar nada. Entonces, si no aplican su propio criterio, ¿Qué es lo que querían hacer? (lo dejo para una próxima entrada)


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