Vidas desperdiciadas

Zygmunt Bauman tiene la extraordinario capacidad de ofrecernos metáforas que explican, en una sola palabra, cómo funciona el mundo actual. Se inventó el concepto de liquidez, que es el que lo ha hecho más conocido, pero no es ni mucho menos el único.

Coincide que en estos días estoy enfrascado en la lectura de la reciente reedición de Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias, publicado originalmente en 2004 (en español en 2005) (página webeditorial Paidós aquí) 

El libro, de una forma muy resumida, viene a explicar que la modernidad, especialmente en los últimos años de globalización, se caracteriza por una lógica que provoca que muchas vidas resulten desperdiciadas, que se las acabe considerando superfluas, innecesarias para la lógica de la evolución de la sociedad. Vamos que hay unos cuantos millones de personas que directamente nos sobran.

El libro ha cobrado una curiosa actualidad, supongo que por eso la editorial ha considerado oportuna la reedición: Pero me interesa una curiosidad que me hace pensar. Mirad la evolución de la portada del libro:

Portada 2005
Portada 2013
Creo que la editorial acierta al reflejar la evolución de nuestra sociedad y de nuestras preocupaciones. De un problema global pero ajeno, propio de países del sur, pasamos a un problema más cercano: el incremento de la indigencia y de la pobreza dentro de nuestras fronteras.

Sin duda la segunda portada, que hoy resulta más atractiva, habría sido menos interesante en el año 2005. Entonces no nos preocupaba el cada vez  menos relevante problema de la indigencia, nos resultaba más cercana, más real, dentro de un orden, la realidad de los países del sur.

Cabe aceptar que el proceso globalizador, las consecuencias de los dogmas económicos ultraliberales están rompiendo las fronteras, y si antes las vidas desperdiciadas se producían en lugares bien lejanos a nuestra realidad cotidiana, lo cierto es que la posibilidad de caer en la desgracia cada vez se nos acerca más.

Ya daré cuenta del contenido del libro cuando finalice su lectura, pero de momento me ha venido a la cabeza esta reflexión porque hoy mismo la prensa trae dos noticias de esas que nos pueden conmover hasta los tuétanos o dejarnos completamente indiferentes. 

En la primera noticia sabemos de varios cientos de muertos en las puertas cerradas de la cada vez más insensible Europa. Una patera naufragada en las costas de Lampedusa, unos cuantos barcos que se niegan a auxiliar y quien sabe si alguna mirada para otro lado más.(noticia aquí)

Al mismo tiempo un jóven de 23 años, con treinta kilos de peso (evidentemente desnutrido) muere en un albergue de Sevilla tras su paso por un centro hospitalario que no lo ingresa.(noticia aquí). 

En ambas noticias me surge la misma pregunta: ¿Podíamos haber hecho algo más como sociedad? (creo que uno de nuestros problemas es que cada vez nos hacemos menos esta pregunta) Y en ambas me surge la misma respuesta: Sí, evidentemente sí (y el problema es que en la sociedad que vivimos cada vez menos personas comparten esta respuesta y, sobre todo, la lógica ultraliberal quiere ayudarnos a asumir que no hay nada que hacer, que si les ha pasado esto es que ellos se lo merecían, ¿Se lo merecían?)

Lo que hace que una vida sea superflua y se desperdicie no depende, exclusivamente, de las decisiones de los afectados, es más, en la mayor parte de las ocasiones son personas sin elección, es decir, sin libertad. No tienen capacidad de elegir.

No tienen capacidad de elegir porque hemos elegido un modelo social injusto que no da oportunidades, que provoca que las vidas sean superfluas, que se desperdicien por el sumidero de la historia. El hecho de que esto nos de igual es el problema.

El termómetro del éxito de la cultura ultraliberal está en nuestra capacidad para conmovernos con el sufrimiento ajeno. La única salida posible a esta situación pasa por volver a poner en el centro de la preocupación social y política la construcción de una sociedad justa. Algo que durante muchos años hemos sacrificado en el altar del consumo, del puro bienestar material, al que como llegábamos con facilidad (mayor o menor según las circunstancias) nos llevaba a la despreocupación por la suerte de los otros.Por cierto, buscar soluciones caritativas al problema, que no remuevan los cimientos de la estructura social, no deja de ser una forma de apoyar que esto siga sucediendo, la buena voluntad no basta, es necesario implicarse más allá de la bondad inmediata hacia la verdadera transformación social (una reflexión clásica pero me parece que más necesaria que nunca)

Pués bien, la globalización nos convierte cada vez más en vidas desperdiciadas, una característica que tiñe la vida de cada vez más personas a nuestro alrededor. Como bien señala el propio Bauman en otro de sus libros, cada vez más personas corremos el riesgo de ser daños colaterales en la carrera ultraliberal por el continuo enriquecimiento de las cada vez más magras élites del mundo.

Nos dicen que la actual política es la única posible, que no hay alternativa, en una frase que se viene repitiendo desde que la popularizaara con evidente éxito Margaret Thatcher. Pues bien, desde mi punto de vista no hay más alternativa que cambiar de alternativa.

Comentarios

  1. Me gusta mucho tu entrada y comparto al 100% las ideas que recoges. Efectivamente, al "sistema" le sobran individuos, personas. Porque el sistema sólo quiere individuos... no personas que libremente comparten espacio, cultura, problemas y soluciones...

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