La banalización de la desigualdad.

¡Qué mal repartido está el mundo!
En la investigación que estoy haciendo sobre el miedo he comenzado a leer Miedo líquido. La sociedad contemporánea y sus temores. de Zygmunt Bauman (editorial Paidós). 

Bauman aborda el problema de cómo la sociedad de la vida líquida (concepto alrededor del que desarrolla gran parte de su obra) se encara con el miedo.

Dentro de esa reflexión se detiene en el miedo a la muerte, que según Bauman es el miedo inicial y primigenio. Viene a plantear que lo hacemos deconstruyendo (descomponiendo en las partes que lo componen) y banalizando el concepto muerte. Para ocultar la muerte acabamos teniendo una falsa conciencia de que no se muere de ser mortal, si no que se muere siempre de una causa. Estamos cotidianamente enfrentados a la muerte pero la dividimos en tantas partes, causas y consecuencias, que al final la muerte acaba por ser un dato banal, desprovista de cualquier importancia, es un dato más de la vida que pasa y ya no el dato definitivo. 

El término banalización me retrotrajo inmediatamente al concepto banalización del mal expresado por Hannah Arendt en su libro Eichman en Jerusalén, un ensayo recurrentemente citado en muchas de las obras del pensamiento occidental desde su publicación, ya que reflexiona, a partir del juicio que se realizó en Jesusalén, en los años 60 del siglo pasado, al funcionario nazi Adolf Eichman que organizó la logística del holocausto. Y reflexiona en realidad sobre lo mismo, el holocausto fue vivido de una manera banal, trivial, por los funcionarios y los ciudadanos que participaron o la vieron, como un dato más de la realidad ante el que no se planteaban nada. No les afectaba en lo más mínimo. Pensaban que se lo merecían. Eichman llega a justificarse diciendo que de no haber sido él otro lo habría hecho y que el procuraba realizar su tarea procurando el menor sufrimiento posible, siguiendo simplemente el hilo de la racionalidad más pura aplicada a la tarea encomendada por sus jefes. El propio Bauman cita este aspecto de la reflexión de Arendt.
"Dicho de otro modo, Eichman y sus abogados dieron a entender que la muerte de seis millones de seres humanos no había sido mas que un efecto secundario (...) un "daño colateral" del hecho de haber actuado motivado por la lealtad al servicio" (pag 82)

Hace ya unos años que me preocupa el problema del mal. Es el centro de cualquier ética. Y ni la ética, ni la razón, ni la política puede ser lo mismo después de Auschwitz. Por eso mi interés por Arendt, Klemperer, Semprún... Una reflexión más que oportuna estos días (27 de enero, día internacional de la memoria)

Una de las formas de combatir el miedo es banalizar los grandes conceptos, valores y problemas morales. No pensar en ellos, mantenerlos al margen de la realidad cotidiana. Deconstruirlos en partes tan pequeñas que formen parte de la realidad cotidiana como un dato más. Buscando las seguridades de las burocracias diarias. Asumiendo acríticamente los criterios de autoridad. 

Eso es lo que sucede con el valor de la igualdad y por lo tanto con las situaciones de desigualdad. Si somos conscientes de la injusticia que supone el problema de la desigualdad estamos obligados a hacer algo a para cambiarlo. Nuestra conciencia ética nos obligaría a un compromiso activo. La única forma de asumir la existencia de la desigualdad es deconstruir el problema en sus más ínfimas partes para concluir que es imposible modificar la realidad social y banalizar el problema hasta considerarlo trivial. Un dato más de la realidad

Y creo que en buena medida es lo nos pasa a buena parte de los profesionales de los servicios sociales, quizá más de lo que nosotros y nosotras nos damos cuenta. Quiero decir que vemos la desigualdad con tanta cotidianidad, todos los días, desde los peores prismas, tan deconstruida (dividida en sus ínfimas partes) que perdemos de vista uno de los motivos éticos de nuestra profesión, de nuestra vocación profesional (si tal cosa existe): el trabajo por la igualdad social. Y acabamos participando con cierta facilidad del argumento básico de la ética neoconservadora. Si están en esa situación es porque se lo merecen. No hacen nada por salir de ahí, olvidándonos de las causas sociales de la situación de partida. Es algo que escucho cada vez con más frecuencia.

La sociedad se está habituando de tal forma a la desigualdad que ha desaparecido de su horizonte de expectativas acabar con la misma. El valor de la libertad se ha comido todo el espacio posible en el mundo de los valores hegemónicos. La libertad sin el contrapeso ni de la igualdad, ni de la fraternidad, está acabando por establecer como hegemónica la ética de los privilegiados.

De hecho, el propio Bauman señala que los cuentos morales de la actualidad no le dan salida ninguna a la realidad. En general buena parte de las novelas, los ensayos, y sobre todo del cine europeo son terriblemente pesimistas respecto a la posibilidad del cambio social.

"Las fábulas morales de antaño hablaban de las recompensas que aguardaban a los virtuosos y de los castigos que se preparaban para los pecadores (...) el castigo pasa a ser la norma y la recompensa, la excepción (...) los vínculos entre virtud y pecado, de un lado, y de recompensa y castigos, del otro, son tenues y caprichosos" (pag 44)

Cartel de la película.
Y esa sensación de desazón absoluta me sobrevino en el visionado de la última película española que he visto.  El truco del manco Una película tremenda, con una final sin salida, en el que ningún sueño de los desheredados de nuestra sociedad, por mucho impulso y énfasis que le echen, puede salir adelante. Están condenados. La desgracia está con ellos y la salida es imposible. Seguramente en un modelo que supone el anticlímax final de las películas USA. Una crítica al happy end y una puesta en cuestión del mito del hombre hecho a sí mismo. El problema de este cine nuestro es que no genera esperanza. Se dedica a indicar una realidad, en todo caso a analizarla con toda su crudeza, a criticarla con fiereza, pero al final acaba dejándonos la impresión de que nada puede hacerse. Por lo tanto, aunque seguramente esa no es la intención de estos "cuentos modernos", el que visiona estos filmes acaba por banalizar estas situaciones. Son un dato de la realidad y nada puede hacerse. Por lo tanto yo a lo mío que ya tengo bastante.

Sin embargo nos gustan los finales felices. Nos gustan los "cuentos" en los que los privilegiados pagan caro su aprovechamiento de la desigualdad. Por poner un ejemplo estoy seguro que esta es una de las claves del éxito de la trilogía Millenium de Stieg Larrson. De hecho creo que el personaje Lisbeth Salander da mucho juego. A ver si le dedico un rato.

Creo que la cosa merecerá más reflexión. Pero de momento aquí queda esto. 

Aprovecho para agradecer todas las aportaciones que he recibido sobre el miedo, sobre el que sigo dándole vueltas, han sido muchas y muy interesantes. Y os animo a hacerme llegar vuestras reflexiones y sugerencias sobre este tema ¿Qué os parece? ¿Estamos banalizando la desigualdad?

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